viernes, 24 de agosto de 2012

El cuento: origen y desarrollo (134) por Roberto Brey


134

China:
Rebeliones y desarrollo…

La rebelión campesina del siglo XVII según Chou Ku-cheng

“A la rehabilitación agrícola de los comienzos del período Ming siguió, en el siglo XVI, un apoderamiento general de tierras por parte de la clase gobernante (miembros de la familia real, altos funcionarios, cortesanos y el propio emperador). Causó indecible miseria a los campesinos. En la primera mitad del siglo XVII la economía rural se deterioraba rápidamente. Los impuestos eran más pesados que nunca, debido a los tributos extraordinarios para abastecimiento militar, que sumaban más de un tercio de los ingresos totales.
Estos fueron los años en que la provincia de Shensí fue azotada por el hambre, que causó la muerte de innumerables personas. Las tropas allí acantonadas, a quienes se les debían más de treinta meses de sueldo, se levantaron y saquearon la tesorería local, los correos; licenciados por el gobierno, debido a las dificultades financieras, quedaron cesantes.
Estos sucesos fueron la causa inmediata del estallido de una rebelión que se extendió por la mayor parte del país y duró veinte años.
Li Chi-cheng, un correo, y Chang Sian-chung, un simple soldado raso, fueron dos jefes notables de las fuerzas rebeldes. Desde 1628 a 1635 sus actividades se limitaron al noroeste, con base en Shensí. Lanzaban arremetidas hacia el este, a la provincia de Shansí; hacia el sur, a las provincias de Jonán y Jupei; o hacia el oeste, a la provincia de Sechuán. En 1635, trece jefes rebeldes se encontraron en el norte de Jonán y proyectaron un plan de ataque coordinado. Después de esto, las fuerzas de Li Chi-cheng combatieron en la zona del río Amarillo, y las de Chan Sian-chung, en la zona de Yangtsé, extendiéndose hacia el sur hasta la provincia de Kuangtung. Dondequiera que llegaban ganaban el apoyo popular. Eran intransigentes con los aristócratas, altos oficiales y terratenientes, a quienes quitaban la vida repartiendo sus propiedades entre los pobres.
En los primeros años del siglo XVII, los manchúes, una rama de los tártaros nüchen en el noreste, comenzaron a hacerse fuertes y a avanzar constantemente hacia el sur.
En 1644 Li Chi-cheng marchó a Pekín y derrocó a la dinastía Ming. Pero se vio obligado a retirarse ante el avance manchú. Ese mismo año los manchúes establecieron su dinastía Ching. Los jan continuaron la resistencia armada durante cuarenta años, especialmente en el sureste y en el suroeste. Después que estas rebeliones fueron sofocadas el gobierno Ching se dedicó a consolidar sus fronteras.
En la segunda mitad del siglo XVIII se había convertido en el imperio más grande de Asia Oriental. Su territorio llegaba al Pamir, por el oeste; a Siberia, por el norte; y al archipiélago de Nansha, por el sur. Durante casi doscientos años la agricultura, la artesanía, la industria y el comercio gozaron de un desarrollo constante.
Entonces, en 1840, se produjo la famosa Guerra del Opio, que señaló el comienzo de un siglo de dominación extranjera en China.”

Lo que queda todavía por explicar es por qué la máxima potencia del mundo, la primera en realizar los máximos avances tecnológicos; la primera en el fundido del hierro ya a comienzos de nuestra era; el arado de hierro, el torno de hilar manual, la adopción de la energía hidráulica, las invenciones (la pólvora, el papel, la imprenta, etc.); la utilización de la química, el desarrollo de la navegación con los navíos más rápidos y poderosos, los avances en la medicina. En fin, la potencia que había logrado llegar al principio de la industrialización antes que cualquier país del mundo (en el siglo XIV), quedaría posteriormente detrás del desarrollo europeo y al margen de la colonización que aportaría las riquezas necesarias a Europa para erigirse en las máxima potencia (a costa de la expoliación de América).

Manuel Castells (sociólogo español nacido en 1942), que dedicó tiempo a este tema, cuenta que Joseph Needham (historiador científico inglés 1900-1995) propone que China quiso mantener una relación armoniosa entre el hombre y la naturaleza, que la rápida innovación tecnológica pondría en peligro. Aunque, asegura Castells, no explica el desarrollo tecnológico anterior y el deterioro ecológico subsiguiente.
Toma luego la obra de Wen-yuan Qian (1936-2003), quien sugiere una vinculación más estrecha  entre el desarrollo de la ciencia china y las características de una civilización dominada por la dinámica del Estado. Y luego se detiene en Joel Mokyr (historiador económico holandés nacido en 1946), quien estima que el miedo de los gobernantes se debió al posible impacto sobre la estabilidad social; la pacificación y el orden –asegura- tuvieron primacía sobre el avance tecnológico.

Esa culpabilidad atribuida al Estado chino por ese supuesto retraso, que produjo la sumisión a las nuevas potencias en particular durante el siglo XIX, Castell la analiza desde el punto de vista de que si el Estado puede ser un factor dirigente de la innovación tecnológica, también puede conducir al estancamiento “debido a la esterilización de la energía innovadora autónoma  de la sociedad para crear y aplicar la tecnología”. Luego toma el crecimiento de la China actual a partir de la intervención del Estado como demostrativo de que “la misma cultura puede inducir trayectorias tecnológicas muy diferentes según el modelo de relación entre Estado y sociedad”.

Al cerrar este capítulo de China, es evidente que todavía queda mucho para estudiar y analizar antes de sacar conclusiones apresuradas.

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